
De entrada el sol en raya. Una ligera lluvia al rededor. Un buen café sobre una taza de porcelana y un buen cigarro quemándose entre los dedos. De pronto uno se absorta y quizás piense que es un buen momento. O quizás tome tiempo el saber lo que cada uno piensa. Es algo que se aprende con el tiempo, como se aprende a tejer o como se aprende a pintar.
El barrido en una fotografía, una sombra en la pared, un tenedor doblado: son cosas ingenuas que nos hacen pensar el uno en el otro. Salimos de esta mesa ya entradas las once.
Camino largo, unos pasos. Todo se dirige a un punto perdido en algún lugar de tu cuerpo o del mío. Si el aire es frío, si el agua es tibia, si se detiene el reloj, qué importa. Nos vemos a los ojos y nos encontramos desnudos.
Desnudos o no, eso es lo de menos, siempre queda una sensación borrosa dentro de uno, como un latido interrumpido o como un pedazo de carne entre los dientes. Simple: se termina por decir cosas como "es noche" y lo demás está premeditado.
"Ahora sigue un silencio incómodo y todo vuelve a su sitio". Un conjunto de palabras que poco dicen. Se limitan a un tiempo y a un espacio. Entoces qué, se comienza a contar: uno, dos, tres... nada interrumpe esta cuenta.
Un aliento vago, a caso sin ganas me despide con un suspiro. Ese aliento cae al suelo, se tira, simplemente se tira.
¿No es esto a lo que venimos?
¿No maldecimos este momento tan esperado?
Se tira al suelo. Que nadie hable. Se sigue la cuenta...
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