El Doctor Resendes-Muz es un tipo serio. Ha sido galardonado con varios premios que la Sociedad Científica Internacional
ha tenido a bien darle. Es profesor emérito en la Facultad de
Ciencias Naturales de la reconocida Universidad Estatal de X.
Cuenta en su oficina con una preciosa colección de volúmenes
rarísimos de tratados sobre tal y cual tema, un estante donde coloca su taza de café, un cuadro con la foto de una niña
sentada en un escalón, un perchero, un escritorio atiborrado
de papeles, un sillón reclinable y una pequeña mesa de centro
sobre la que hay un hermoso cenicero de cristal. No tiene calefacción, ni televisión, ni radio y sobre todo no
tiene hijos (“es una suerte” piensa a menudo) y su familia está
demasiado lejos como para molestarlo.
Resendes-Muz se sienta en su sillón y suspira. Ha sido una noche agotadora, vaya que sí. Mira su reloj pulsera: las cuatro.
Pronto llegarán los primeros rayitos de sol a tocar su ventana. No hay café pero tampoco hay sueño, puede seguir dando
vueltas a esa imagen en su cabeza.
Hace muchos años, Resendes-Muz y un colega de la Facultad
de Ingeniería diseñaron el telescopio que sustituyó al Hubble
y que lleva su apellido Muz escrito con pintura blanca (“¡qué
desgracia!”). Desde allá arriba el telescopio fue capaz de leer el año de emisión impreso en las monedas de diez
centavos que hay tiradas en la calle. Sin embargo pasaron algunos años hasta que este instrumento, puesto en órbita, tuvo
una utilidad real. Así dice Resendes-Muz, pues además de hermosas e increíbles fotografías de monedas y cuerpos celestes
ya conocidos, a penas sí se descubrieron dos o tres planetitas
errantes sin mayor relevancia en el inmenso mar de estrellas.
Ahora que se arrellana en su sillón, Resendes-Muz recuerda la
noche en que su equipo, un grupo de alumnos de doctorado
que trabaja con él, lo llamó para notificarle un nuevo cuerpo
encontrado en tales coordenadas. Rápidamente orientó su telescopio en casa, pero no vio nada. Cosas así no se descubren
todas las noches, pensó, y recorrió con su viejo Mústang las
ocho calles que separan el campus de su casa. Una vez ahí, vio
a través de la computadora ese diminuto punto nunca antes
visto. Sonrió, bebió el resto del café que le quedaba y regresó
a su casa.
La geometría del espacio juega inesperadas bromas: se estira,
se contrae, se dobla y en ocasiones esconde cosas o las cambia
de lugar. Resendes-Muz pensó que había sido un extraordinario golpe de suerte que la curvatura del espacio hubiera
sacado ese maravilloso punto y que él (su equipo) hubiera estado mirando justo en esa dirección. Comparó el hecho con
una muchacha que encuentra un único pendiente debajo de
la cama y se lo pone. La geometría del espacio es quizás tan
retorcida como la cabecita de esta muchacha que sale con su
único arete a coquetear por el parque casi como una travesura y sólo para ver quién es capaz de notarla.
A la noche siguiente regresó más temprano. Miró el punto y
le pareció magnífico. Pasó horas estudiando el entorno. Había
más, pero todos esos otros puntos eran planetas de un sistema
solar descubierto hacía no menos de treinta años. Su pequeño
sol en medio, qué ternura, pensó. Aquél punto era realmente
diferente al resto: era azul.
Un muchacho le trajo los resultados del análisis espectral que
aquella lucecilla celeste les concedió. Los miró, bebió un sorbo,
miró al muchacho que a su vez miró a los otros muchachos.
No cabe duda, dijo, ahí hay una atmósfera. ¡Oh, dicha del
explorador! Una joya escondida tanto tiempo había brotado
de las aguas turbias del retorcido espacio y había emergido
virtuosa, gallarda, resplandeciente y azul.
Los meses siguientes fueron de arduo trabajo. Por el día las
máquinas, por la noche los ojos cada vez más maravillados
de Resendes-Muz, quien no descansó hasta conseguir no sólo
una mejora en el sistema de lentes y espejos que forman el ojo
del telescopio-satélite, sino una misión para instalar sobre su
aparato el nuevo equipo.
Entre tanto conjeturó, como es natural, la existencia de vida
en aquel planeta al que llamó Malús, y Malús brilló como un
lucero en terrafirme, como la promesa de un barco para nuestro náufrago profesor. ¡Ah, desdichado destino, si tan sólo. . . !
El instrumento fue montado, calibrado y justo esta noche
Resendes-Muz tuvo por fin la dicha de echar a andar su ojo
estratosférico. Todo el equipo lo esperaba ya a las siete, ansioso de más Malús, y Malús lo esperaba ya impaciente por ser
descubierta. Resendes-Muz se sentó tranquilo en su sillón. Dio
instrucciones a sus alumnos, tomó sus lentes y se los puso con
excesivo cuidado. Sacó un papel doblado del bolsillo, digitó
las coordenadas y pidió que lo dejaran solo. Decepcionados,
los muchachos se retiraron. Ahora sólo quedaban él y Malús.
Hermosa Malús –dijo– dame esta noche sólo a mí tu luz.
Debemos aceptar que el trabajo de este genio es maravilloso. La imagen que la pantalla mostró se fue aclarando poco a
poco. Malús se desnudaba frente al tímido pero excitado profesor. Malús se materializó en una esfera azul llena de océanos,
de continentes verdes que se lograban entrever a través de
una capa de nubes. Malús mostró su atmósfera y un pequeño
objeto en ella, incrustado en su frontera, redondo, lleno de antenas y con un particular nombre (“Muz”) escrito en blanco
a un costado.
Nota: La luz, muy al contrario de lo que tanto tiempo se pensó, no viaja
en línea recta. De acuerdo con lo que aquel viejito de blancos cabellos
despeinados redactó en su tratado sobre la Nueva Mecánica Celeste, la
trayectoria de un haz luminoso errante es presa de la influencia de cuerpos enormes que retuercen el espacio, que actúan como lentes y refractan,
cambian, empujan o se tragan la luz.
No es que Resendes-Muz haya encontrado un espejo, sino que la curvatura del espacio es tal que en vez de doblarse, los rayos han dado vuelta
atrás, es decir, se han reflejado (¿Y no es esta la definición de un espejo?). En conclusión, Resendes-Muz ha encontrado un espejo.
Qué difícil describir lo que siente Resendes-Muz. Malús prometió dejarse mirar sólo por él y ahora resulta que no sólo no
es un planeta nunca antes visto, sino el planeta más visto. No
es extraño que Resendes-Muz se sienta traicionado por esta
pequeña que le ha guiñado el ojo y después se ha convertido
en su madre ¿Para qué tanto esfuerzo? ¡Ah, mi vieja Malús!
¡Cuánto empeño puse en descubrirte siendo tú mi vieja conocida!
Volvamos al presente. El Doctor Resendes-Muz es un tipo
serio. Sentado en su sillón mira su taza vacía. ¡Ah, por fin los
rayitos de luz en la ventana! Piensa en Malús, mira el reloj, suspira y da un fuerte golpe sobre el escritorio.