Te miré, antes de dormirme te miré, debajo de esa sábana, sobre la cama, ni tu cara que acostumbra mi cara, ni tus pies que acostumbran mis pies, ni tus manos que acostumbran mi pecho, sólo tu espalda que acostumbra mis besos me miraba como queriendo decir "ya déjame dormir"
domingo, 16 de octubre de 2011
Te miré
Te miré, antes de dormirme te miré, debajo de esa sábana, sobre la cama, ni tu cara que acostumbra mi cara, ni tus pies que acostumbran mis pies, ni tus manos que acostumbran mi pecho, sólo tu espalda que acostumbra mis besos me miraba como queriendo decir "ya déjame dormir"
martes, 31 de mayo de 2011
Teatro I

Se abre el telón y cae el manto de aplausos. Una diva engalana sus lentejuelas. El público calla. ¿Qué se espera de la actriz? Las luces se prenden y comienza a caminar en zigzag por el entarimado del escenario. Se detiene. Fija la vista en algún punto lejano dentro del público y grita: "mirá que sos bella, una noche como vos andando por estas calles. Vení pronto conmigo y mirá las estrellas que has dejado a tus espaldas como puntos brillantes de tu estela"... (continúa vos el texto, yo ya me cansé)
Una vuelta y las dos diecisiete

Miento. Cualquiera que hayan sido mis sentimientos en ese momento, estaban al borde del derramamiento. Mis manos siguiendo alguna especie de serpiente en el aire, tan inmediata que parecía volar suavemente frente a mí. Mis dedos tocándola, incluso como con ritmo, con soltura, desnudando esa serpiente silenciosa y a momentos estática. El tornamesa girando y toda la habitación girando con él. Uno a uno y todos en conjunto, como en un transe vespertino, una postergadísima sensación de volar abiertamente sin despegar un pie del piso. Todos en el suelo, como aplastados, viendo el piso o el techo, haciendo girar la cabeza al ritmo que la música nos llevaba a otros escenarios lejanos. Mi cabeza recorriendo la habitación de extremo a extremo, como disfrutando de un paisaje nuevo, cada cosa, cada palabra cobraba cualquier otro sentido, y nuestras manos, las tuyas y las mías, como peces en el aire, nadando suavemente por al aire, llenándonos de soltura y gráciles movimientos, los peces nadando por un torrente increíblemente luminoso de colores de todos tipos, un vaivén de contornos y formas aleatorias, de olores y colores embarrados por todos lados. Un finísimo hilo cristalino saliendo de tu boca y huyendo lentamente en zigzag a lo largo del contorno de alguna espiral y de un cuadrado intangibles en el aire, un sinfín de destellos, el mismo hilo (qué aburrido) llegando hasta mis labios, sabores indeseables y a la vez tan exquisitos. Son tus besos como una parvada de pájaros volando hasta mi boca y quebrándose y volviéndose amarga miel al contacto con mi lengua. Todo, como un viaje onírico, colores, sensaciones, olores… Y de pronto, como palomas de plaza, todo desaparece con un aleteo ensordecedor… y te miro, y me miras, y cuando menos lo pensamos es de día, y de nuevo es noche, y los colores, los olores, aparecen y reaparecen, ahora en tus pupilas, en tus sienes, en tus senos, en tu vientre, en mi boca, y la música, y el ruido, y la serpiente, y el hilo finísimo tan cristalino, y esos cantos y los aleteos y todo pasa de prisa, tan de prisa que sólo se alcanza a distinguir el contorno borroso y aquí estamos, abrazados, viendo como todo lleva un ritmo ajeno a nosotros, el reloj, la música, el molesto sonido de la bombilla encendida, los pasos en el departamento de arriba, el aletear de un ave afuera, el sonido de una gota que cae en la regadera, un vaso rompiendo el aire, como cayendo, pero que nunca llega al piso, sólo cae. Un parpadeo, el crujir de una mano cerrándose, el disco girando, la aguja haciendo fricción con el acetato, las llaves en el piso, una corcholata en la mano, un respirar a mi lado. Todo está como siempre ha estado. Nada falta ahí. Incluso yo, que despierto solo de ese transe y es oscuro, salvo por los pocos albores de la mañana que entran por aquella ventana abierta. Un aire frío. Todo tan asquerosamente estático.
Mira mis manos

Mira mis manos, han violado ya tu cuello y se miran cómplices de la desnudez de tu espalda. Mira mis manos, han disparado ya las municiones sobre tus hombros y se sienten culpables por las veces que cerraste los ojos cuando hacíamos el amor. Mira mis mano, han traicionado su quietud y han desquitado sus impulsos sobre tus muslos, a ese trozo de tela lo han vencido y ahora se enfrentan a tu boca que las muerde. Mira mis manos, han venido porque creyeron que serían bienvenidas, mis manos con tu olor impregnado sonríen para ellas sabiendo que después de violarte tomarás tus cosas y saldrás por esa puerta.
Las letras

Antes pensaba que las mujeres que escriben eran algo como un manjar de personas. Durante mucho tiempo pensé que si algún día pudiera llegar a tener algo con ellas, sería algo exquisito, pensaba que las letras lo decían todo y que aquella mujer que supiera expresar sus sentimientos a través de la lengua escrita sería víctima de un inmediato derrame de sentimientos de mi corazón. Pero no es así.
A través de las letras, estoy casi seguro, puedo vislumbrar claramente los sentimientos en los que la hechura del texto se basa y también por mucho el temperamento de la persona. La euforia, la locura en sí son rasgos inconfundibles en las letras de quien decide hacerse de cuarenta dedos como teclas o de un solo dedo como pluma.
Sin embargo he encontrado que el papel y la tinta no son suficientes para satisfacer los estímulos de mi corazón (por llamarlos de algún modo). He encontrado en estos instantes de mi vida (estas discontinuidades de mi vida) a una mujer que nunca ha tenido cuarenta dedos para escribir unas líneas, pero sí veinte para dibujar círculos en mi pecho cuando estamos desnudos y nos encontramos mirándonos, tal como somos, sin letras, sin puntos ni comas, sin nada que impida hacer el contacto con la piel que se encuentra fácil y (cierto) transparente.
No necesita letras para escribir sobre mis hombros su nimia existencia, como tampoco precisa cuarenta teclas para escribir en el aire ese olor tan peculiar que la persigue a donde va y que a veces se queda dormido junto a mí, sobre las sábanas, sobre mi ropa, sobre mis manos. Tampoco le importa un dedo-pincel cuando su silencio duerme tranquilo bajo la sombra de su ausencia como un perro fiel a su destino.
Esta noche en que dormiré solo, han salido de mis cuarenta dedos algunas palabras que dibujaron su silueta acodada frente a esta mesa, con sus manos sosteniendo el mentón, esbozando un profundo y distante bostezo y diciéndome con soltura “es tarde, me voy a dormir”.
Minuit
– Il est minuit.
– Je sais.
Pero el tiempo parece detenerse. On a parfois quitté l’endroit et volé sur l’autorute, avec les limières des avios comme des oiseaux nocturnes. On a parfois quitté le temps et tiré des draps de la nuit pour nous trouver nus de prétextes.
A veces tus labios sonríen cuando me besan. Tes lèvres, tes fauves lèvres, je leve le regard au ciel et la lune est ton sourire, je fume deux, trois fois, puis je pense à toi.
Dis-moi, marée nocturne, où ma petite larme va s’ârreter? Où ma petite larme ve te rencontrer? Pourquoi tu méprise mes traces? Pourquoi tu les effaces? Répond-moi! Pero sólo mojas mis pies.
À cet instant là, qu’on se trouve serré dans nos bras, je ne pense qu’à toi et je te laisse avec les yeux fermés pour continuer mon petit chemin sur ton cou, ce petit chemin qui descend sur la peau de ta poitrine qui fleuri à chaque bisou que je pose. J’ai trop envie de toi.
– Il est minuit.
– Je sais.
Mais on a tout le temps pour nous croquer. Todo el tiempo.
Esta noche

Perseguí sobre la estela de tu piel
tu olor a viento y los cabellos al aire,
las tiernas pisadas de tus dedos sobre mi playa,
tu olor a noche y primavera,
mi sabia sembrada sobre el zurco de tu espalda,
tu olor a mar y a briza de mañana,
el embriagante sabor de tus labios,
tu olor a frío de montaña,
las heridas que tus ojos van abriendo
cuando tu desnudez se acomoda sobre mi cama.