
Miento. Cualquiera que hayan sido mis sentimientos en ese momento, estaban al borde del derramamiento. Mis manos siguiendo alguna especie de serpiente en el aire, tan inmediata que parecía volar suavemente frente a mí. Mis dedos tocándola, incluso como con ritmo, con soltura, desnudando esa serpiente silenciosa y a momentos estática. El tornamesa girando y toda la habitación girando con él. Uno a uno y todos en conjunto, como en un transe vespertino, una postergadísima sensación de volar abiertamente sin despegar un pie del piso. Todos en el suelo, como aplastados, viendo el piso o el techo, haciendo girar la cabeza al ritmo que la música nos llevaba a otros escenarios lejanos. Mi cabeza recorriendo la habitación de extremo a extremo, como disfrutando de un paisaje nuevo, cada cosa, cada palabra cobraba cualquier otro sentido, y nuestras manos, las tuyas y las mías, como peces en el aire, nadando suavemente por al aire, llenándonos de soltura y gráciles movimientos, los peces nadando por un torrente increíblemente luminoso de colores de todos tipos, un vaivén de contornos y formas aleatorias, de olores y colores embarrados por todos lados. Un finísimo hilo cristalino saliendo de tu boca y huyendo lentamente en zigzag a lo largo del contorno de alguna espiral y de un cuadrado intangibles en el aire, un sinfín de destellos, el mismo hilo (qué aburrido) llegando hasta mis labios, sabores indeseables y a la vez tan exquisitos. Son tus besos como una parvada de pájaros volando hasta mi boca y quebrándose y volviéndose amarga miel al contacto con mi lengua. Todo, como un viaje onírico, colores, sensaciones, olores… Y de pronto, como palomas de plaza, todo desaparece con un aleteo ensordecedor… y te miro, y me miras, y cuando menos lo pensamos es de día, y de nuevo es noche, y los colores, los olores, aparecen y reaparecen, ahora en tus pupilas, en tus sienes, en tus senos, en tu vientre, en mi boca, y la música, y el ruido, y la serpiente, y el hilo finísimo tan cristalino, y esos cantos y los aleteos y todo pasa de prisa, tan de prisa que sólo se alcanza a distinguir el contorno borroso y aquí estamos, abrazados, viendo como todo lleva un ritmo ajeno a nosotros, el reloj, la música, el molesto sonido de la bombilla encendida, los pasos en el departamento de arriba, el aletear de un ave afuera, el sonido de una gota que cae en la regadera, un vaso rompiendo el aire, como cayendo, pero que nunca llega al piso, sólo cae. Un parpadeo, el crujir de una mano cerrándose, el disco girando, la aguja haciendo fricción con el acetato, las llaves en el piso, una corcholata en la mano, un respirar a mi lado. Todo está como siempre ha estado. Nada falta ahí. Incluso yo, que despierto solo de ese transe y es oscuro, salvo por los pocos albores de la mañana que entran por aquella ventana abierta. Un aire frío. Todo tan asquerosamente estático.
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