martes, 31 de mayo de 2011

Las letras




Antes pensaba que las mujeres que escriben eran algo como un manjar de personas. Durante mucho tiempo pensé que si algún día pudiera llegar a tener algo con ellas, sería algo exquisito, pensaba que las letras lo decían todo y que aquella mujer que supiera expresar sus sentimientos a través de la lengua escrita sería víctima de un inmediato derrame de sentimientos de mi corazón. Pero no es así.

A través de las letras, estoy casi seguro, puedo vislumbrar claramente los sentimientos en los que la hechura del texto se basa y también por mucho el temperamento de la persona. La euforia, la locura en sí son rasgos inconfundibles en las letras de quien decide hacerse de cuarenta dedos como teclas o de un solo dedo como pluma.

Sin embargo he encontrado que el papel y la tinta no son suficientes para satisfacer los estímulos de mi corazón (por llamarlos de algún modo). He encontrado en estos instantes de mi vida (estas discontinuidades de mi vida) a una mujer que nunca ha tenido cuarenta dedos para escribir unas líneas, pero sí veinte para dibujar círculos en mi pecho cuando estamos desnudos y nos encontramos mirándonos, tal como somos, sin letras, sin puntos ni comas, sin nada que impida hacer el contacto con la piel que se encuentra fácil y (cierto) transparente.

No necesita letras para escribir sobre mis hombros su nimia existencia, como tampoco precisa cuarenta teclas para escribir en el aire ese olor tan peculiar que la persigue a donde va y que a veces se queda dormido junto a mí, sobre las sábanas, sobre mi ropa, sobre mis manos. Tampoco le importa un dedo-pincel cuando su silencio duerme tranquilo bajo la sombra de su ausencia como un perro fiel a su destino.

Esta noche en que dormiré solo, han salido de mis cuarenta dedos algunas palabras que dibujaron su silueta acodada frente a esta mesa, con sus manos sosteniendo el mentón, esbozando un profundo y distante bostezo y diciéndome con soltura “es tarde, me voy a dormir”.

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