Empernados en la cama, cara a cara, nos vemos:
nuestras manos buscan nuestras caras como queriendo hacer testigo a nuestro
tacto de este encuentro. Te veo pues con mis manos y aunque debajo de esas
sábanas a penas sí distinga tu silueta, te veo sonreír cuando paso un dedo por
tu boca y descubro que también la mía sonríe. No hemos dormido pero este
silencio en que dejamos que las manos hablen con el cuerpo nos mantiene
alertas, entonces nos sentimos parte el uno del otro y nos tocamos y es como si
fuéramos partes distintas de un mismo cuerpo que se toca complacido de saberse
hermoso al tiempo que se imagina a sí mismo como dos cuerpos desnudos acariciándose,
comiéndose entre sí.
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