miércoles, 4 de noviembre de 2015

¿Qué se puede hacer con una piedra?

1. Se puede patearla: ponerla en movimiento, sacarla de su egocéntrico ensimismamiento, de su infinita melancolía (¿las piedras están tristes?). Se les puede dejar caer desde muy alto para hacerlas reír de veras. Son realmente felices cuando a velocidades tremendas encuentran la cabeza de un zapallo.
2. Se puede guardarla: es decir, se puede privarla de su libertad. De su libertad de no hacer nada, de estar ahí nomás, de ser ociosa hasta el colmo de la indecencia, y meterla en el calabozo del bolsillo del pantalón donde unas llaves presas y unas monedas presas se frotarán contra ella, casi como queriendo pulirla con su amor metálico.
3. Se puede esculpir un corazón (ridículamente cursi).
(Nota: con un corazón no se puede esculpir una piedra, ¿o sí?)
Es decir, cambiarla de forma, que abandone su morfología de sapo, que olvide el cálculo y que aprenda anatomía, que aprenda el sístole y el diástole a golpe de cincel y marro, de estaca y martillo. Que su intensa y relajada quietud se vuelva movimiento perpetuo, incansable bomba, hasta que muera y se vuelva piedra de nuevo.
4. Se puede sembrarla: acomodarla en una camita de tierra para que duerma y sueñe que le salen raíces, y de su frío interior florezca un árbol duro, gris, que se abra camino entre la tierra, la calle, los edificios, cuando el sol penetre entre sus hojas de amatista, cuando el agua corra entre sus tallos de cuarzo y se graben corazones en su corteza de cantera.

5. Se puede dejar en paz. De todas las anteriores me parece la mejor: no alienar la piedra, no cambiar su naturaleza que aunque fría y dura, suave y caliente. No practicarle cirugías plásticas ni obligarla a crecer o a moverse. Las piedras están ahí para pensar (¿qué pensarán las piedras?). Aunque así pensando forman lindos patitos en el agua cuando se les sabe lanzar bien.

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