Voy caminando
lentamente a un lado de mi abuelo. Es increíble la lentitud con la que
avanzamos, casi me siento agotada y a penas hemos llegado al parque. Alzo la
mirada hacia las copas de los árboles: qué lindo se mecen. Imagino que de tan
lento que avanzamos los veo crecer. Voy tomada de su brazo, que a decir verdad
es aún muy fuerte. Pienso que de no ser porque sus piernas han dejado de serlo,
me cargaría con un solo brazo como a un niño. ¿Por qué caminará tan lento? ¿A
qué se debe esa diferencia entre sus piernas y sus brazos?
Me pregunto cuántos
años tendrá mi abuelo, y también me pregunto por qué no lo sé. Tal vez es
porque desde que agarró su bastón se condenó a ser la reliquia familiar. Qué
feo. ¿Él sabrá cuántos años tengo yo? Estamos a mano, supongo.
Paso a pasito vamos
avanzando hacia el centro de la placita, donde hay un quiosco muy bonito. Me
pidió que lo acompañara. Ni mamá ni tía Adelita: yo. No sé por qué me eligió,
ni siquiera hablamos. Lo miro y él parece muy concentrado en dar el siguiente
paso. Yo diría que es lo único que le preocupa de un tiempo para acá.
Yo, en cambio tengo mis
preocupaciones. Lo de Rubén ocupa mi cabeza casi todo el día, pero también está
lo de Miguel (¿Con quién estará ahorita?) y lo del Pato (qué ridículo apodo).
Miguel fue mi novio en la vocacional, a Rubén lo conocí hace poco, estudia
matemáticas en el Poli y ahora me está asesorando porque el semestre pasado
reprobé Geometría Analítica. No digo que las matemáticas sean mi materia
favorita, pero con él llegan a ser hasta divertidas. Por ejemplo, la otra vez
me habló sobre la Homotecia, que es una transformación que pueden tener los
objetos, se hacen más grandes o más chiquitos sin cambiar de forma. De cierto
modo la homotecia está ligada con la vida. Este señor que parece haber metido
segunda por fin, debe ser el resultado de una homotecia sufrida por un hombre
alto, delgado, gallardo… ¡Ah! ¿Cómo me veré yo en sesenta años?
Los niños también
sufren la homotecia, sólo que en este caso es inversa, ellos crecen. Mi primo
Raulito mide casi uno ochenta pero sigue teniendo la misma cara que cuando
tenía doce, es muy simpático. La vida es un subibaja de estaturas, homotecias
jóvenes y viejas.
Vaya que va más a
prisa, incluso parece que ha levantado la cara. Las relaciones también tienen
algo de esa enfermedad. Al principio pareciera que la homotecia hace crecer el
cariño de una forma exponencial (¿qué tal mi término acuñado recientemente?),
como lo que siento ahora por Rubén, alguna vez me sentí así por Miguel, pero
con éste llegó a un punto máximo (¿se ve que estoy aprendiendo?) y luego se fue
en picada. La homotecia lo hizo chiquito chiquito, infinitesimal, nulo. Supongo
que así ha de pasarme algún día con Rubén… ah, Rubén-rubén, qué triste la
homotecia del amor. Y qué complicada. Del Pato no quiero decir nada. Sólo tal
vez que… no.
¿Y este señor habrá
tenido más amores que mi abuela? Probablemente no. O probablemente sí, no sé.
No, yo digo que sí, para los hombres es tan fácil. ¿Con cuántas mujeres se
habrá acostado? Jaja, me parece ridículo pensar en esto. Es como pensar en mis
papás cogiendo: hasta me da vergüenza sólo pensarlo, qué horror. Pero en este
caso se trata de la sexualidad de un hombre que desde chica me parece asexuado.
Si imaginarse a los papás es difícil, a los abuelos es aún más. Tanta bondad no
se lleva con eso. O sí, pero mejor ni pensarlo. ¿Será bueno? ¿A qué edad habrá
perdido…? Ja, qué pendejadas pienso. Apuesto a que él piensa que aún soy
virgen. Si supiera… Bueno tampoco tengo nada qué presumir. ¿Cinco hombres son
muchos o son pocos? Ay, no sé. Veamos: veintiún años, comencé a los diecisiete,
lo que hacen cuatro años de vida sexual (o más o menos). Cinco entre cuatro,
como uno punto y cachito por año… Bien, muy bien. Poco, si soy sincera, aunque
ya cambiaría a dos de ellos por… bueno, ya estoy divagando de nuevo.
Y regresando a este
hombre que de pronto yergue la espalda y resulta más alto que yo ¿será un buen
amante? Quiero decir, ¿fue? ¿o fue un patán como tantos otros? Quién sabe. Ay qué
dramáticos pensamientos.
Visto desde aquí abajo
(parece que me hice chiquita de pronto), él tiene un aire fresco, de bondad
pero sin llegar a lo idiota. Ahora camina hasta con donaire, contoneándose,
como supongo que caminaba en esta plaza hace cincuenta años, cuando era diez
veces más rápido. No, no es un patán. Basta ver su carita, en realidad es un
viejo tierno. En los tiempos en que la abuela vivía él era muy feliz. Siempre
hacía fiesta cuando llegaba su nieta favorita, huelga decir quién es. Nunca salía
de la casa, mi abuela lo tenía bien checadito. “Javier esto, Javier lo otro,
Javier se me acabó y ve por más al mercado, Javier dónde andas”. ¡Ah, caray!
Quizás era por algo…
Al fin (¡viva!)
llegamos a la fuente de la plaza y parece que me ha dado tiempo de pensar en
toda mi vida y que él ha rejuvenecido al menos veinte años. Mi abuelo se
detiene y toma mi brazo de popote con su gran mano y me sube a sus hombros. Mi
vestido se atora en su frente, él sonríe, le abrazo la cara y desde esa altura
veo a los globeros y se me antoja ir a las jaulas de los pajaritos que toman un
papelito con el pico y dicen la suerte. Tose una vez. Tose dos veces. Se aclara
la garganta y me dice:
– Quiero presentarte a
alguien.
No hay comentarios:
Publicar un comentario