miércoles, 4 de noviembre de 2015

Escalera

Me detuve justo en el noveno escalón, a la mitad exactamente de la escalera. Los he contado mil veces porque mil veces he subido y bajado por ella, pero nunca hasta entonces me había detenido. Pensé que era una suerte que la escalera tuviera un número impar de escalones, de esta forma puedo estar seguro de que mis dos pies se encuentren sobre un escalón completo y no volando a la mitad de uno o con un pie arriba y otro abajo como sucedería si fuera un número par.

Desde ahí en medio me falta lo mismo para llegar arriba que lo que he subido, equidistan la cima y la base, en ese preciso lugar no estoy arriba ni abajo, y de no ser porque mi cuerpo llevaba la dirección ascendente, nadie podría reconocer si bajaba o subía, por ejemplo si subiera de lado. Me recordó aquella paradoja del vaso medio lleno y medio vacío. En ese escalón me encontraba medio abajo y medio arriba. Y estando ahí, a la mitad, me sentía agotado, sin fuerzas para doblar mi rodilla y subir el pie, lo mismo que para retirarla y bajar.

Cuando se está a mitad de una escalera parece absurdo renunciar a ella, ya no se debe volver atrás si no es estrictamente necesario. Pero yo no podía, mis piernas no respondían o mis músculos no querían y mis pies estaban ahí clavados como esperando una orden que nunca recibían.
Digo que es absurdo abandonar la tarea porque de un lado hay un muro y del otro un precipicio de un metro y medio. Me costaría más trabajo saltar el barandal y caer, o trepar como lagartija por la pared, que seguir subiendo o bajando. Me senté sobre este noveno escalón, con ambos pies sobre el octavo y para compensar ese desequilibro de estar ligeramente más abajo puse mis codos en el décimo. Aquí pensé que para estar sentado a la mitad de la escalera convenía un número par de escalones.

Uno se convierte inmediatamente en un objeto estorboso incrustado en la escalera, como si al subir por ella uno se encontrara un piano gigante que impide el paso pero que tampoco es tan ligero ni tan flexible como para quitarlo de en medio y seguir. Pensé que sería molesto si a alguien se le ocurría subir o bajar en ese momento y casi recé por que no ocurriera. Nadie lo hizo.

Imaginé que mi estorbosa posición podría ser justificada si la escalera fuera lo suficientemente larga, digamos con 200 escalones más (no 201 ni 199 porque dejaría de tener un escalón intermedio), podría sentarme ahí por cansancio. A decir verdad es bastante incómodo sentarse en una escalera con peldaños que tienen una huella que no rebasa los 20 centímetros. Pero más incómodo es llegar a la parte superior de la escalera, caminar el pasillo hasta el número 15 y encontrar a mi mujer tendida sobre el suelo con el frasquito vacío de somníferos en la mano.

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