Silencioso, el
Serch camina por la oscuridad de la avenida Oficios de la Veinte de Noviembre. Camina
solo, con las patas empapadas porque las lluvias de septiembre han dejado unos
charcotes marca Chapala que hay que estar rodeando, y para acabarla de chingar el
hoyo en el zapato. Ya ni pedo, piensa.
Son como las
nueve o diez o quince de la noche, quién sabe, pero el Sergio camina seguro
porque conoce a la banda. Más desconfiado se ha sentido caminando por la
colonia Rockma, y eso que es más popof, más pípiris nais. Bah, pinches fresas.
La Lore es de
por allá, por esos lares. Esa morra lo trae diun ala, como quien dice. Bueno,
más bien es de la colonia Pobrera que está ahí cerquitas. Un día que el Serch
andaba empinándose unos pulques en la Hija del Apache, apareció rodeada de su
bandita, tres viejas y dos güeyes bien disque jipis, con huarachotes y
morralitos de los que compran en Álvaro Bregón los domingos en el dese tianguis
pa’ pirrurris hambrientos de arte moderno y chácharas carísimas. Qué hueva esos
mairos, de aquí p’allá con sus lentecitos y su suetercito amarrado al cuello
como chango de Chapultepec. El caso es que el Serch ni le hizo caso, pero luego
se fijó bien y le latió un buen, ya sabes acá, un destello chingón, como
anuncio con luces neón y toda la cosa, iluminada como anuncio de cerveza. El
Serch se sintió apendejado por esa luz, y supo de madrazo que esa doñita era lo
que él buscaba, sintió ese bum-bum que se siente como cuando topas a tu leidi,
a tu domadora, a la que sabes que vas proteger siempre.
La neta ese güey
es repenoso, y le dio picos ir a hablarle. Pero esos pelos que se sienten pus
se quitan con tres pulquitos y listo. Se lanzó, le dijo qué onda (acá bien
fresa), vamos a bailar, y la morra la miró y dijo va, y la banda nomás aventaba
miradas de qué pedo, no mames, de quién es ese güey, de adónde vas, Lorrein
(porque así le dicen, la Lorrein, bien alemán o francés o sepa). Pero el Serch
es todo un bailarín como dice la rolita esa de Sergio el bailador, y la Lore
también bailaba chido, y se agarraron buen paso y buen ritmo, y como quien
dice, se armó chingón la sopa y la gelatina cuajó y al rato ya entrado en el
caldo, la Lore le dice ya me voy, y el Serch nada tonto te acompaño, y la Lore
va, y el Serch pus va.
Abrieron a la
bandita jipi y el serch pidió paro a sus compas y se fueron tambaleando hasta
la Pobrera, donde la Lore se metió en un zuhuancito y le dijo aguántame aquí, y
el Serch esperó como diez o veinte minutos recargado en la pared hasta que la
Lore salió y lo arrastró con ella hasta unas escaleras, y le dijo cállate y
sube las escaleras, ay mesperas. El Serch como pudo se trepó sin hacer ruido y
por poco le pega a una maceta y de la que se salvó. Ahí se estuvo quietecito
hasta que llegó la Lore y abrió una puertita y se metieron besándose y la Lore
le hace shhh, y el Serch que se l’echa encima. El Sergio jura que hicieron el
amor como unos locos, pero la neta no fue pa’ tanto.
Al
principio todo estuvo chido, todo cayó en su lugar como tétrix. Ésta es la
historia de cualquiera, ya te la sábanas, hasta a ti te ha pasado, el
apendejamiento ese nos sienta bien a todos, hasta nos pone más guapos, dice el
Chino. El Sergio se excitaba cada vez que besaba a la Lore, y a la Lore se le
enchinaba la piel cuando el Serch le daba besitos en la oreja, bien caldufas
que la ponía, y eran de un meloso que daba hueva y caminaban bien acá de la
mano por la Rockma. A veces bien fresas se colaban al Alicia pa' escuchar ese
hermoso escándalo que los chavos adoran. Saca las chelas, Lore. Nomás traigo
café, mi Serch. Y se ponían bien chachalacos escuchando a las Ultras.
Pero todo
llega su punto más alto, como en la montaña rusa, y luego te deja caer. El
amor, el dinero, la vida, todo se acaba, todito, todo se va de picada en algún
momento. Nomás sientes los huevos en el cuello, un vértigo cabrón, no alcanzan
las lágrimas y nomás quisieras quitarte el corazón con un abrelatas, arrancarlo
despacito y echarlo al bote de la basura pa’ no seguir sintiendo, pa’ no tener
que aguantar más ese dolor.
Sergito llega al
cruce con Eduardo Molina, mira pa’ un lado, pal otro: ni un alma. Camina por la
calle Talabarteros que está peor de oscura. Sus chanclazos resuenan en todos
lados, le dan ganas de exprimirse el calcetín. En esta calle se topa a la banda
del Pifas. Los saluda con un chiflidito y los otros lo invitan a que se eche un
trago de guama. El Serch les dice que anda en otro bisne y que mejor mañana.
Cámara, banda. Cámara, chavos. Cuando cruza Bondojito pasa la trulla del Pepo
que se hizo poli y que les echa la mano en los levantones que luego hacen en la
Veinte. Qué tranza, mi Serch. Qué tranza, mi Pepis. Pórteseme bien, mi Serchi,
ya no quiero ir a sacarlo del Torito. Cámara, mi Peps. Y se sigue de largo con
las luces de la sirena apagada, a diez por hora. Ese mai nomás anda pescando,
piensa.
Cuando va a
cruzar por Orfebrería le llega el olor a tacos de la esquina con Eulalia, y las
tripas se le hacen nudos y se le retuercen como víboras. Tiene un chingo de
hambre, pero ni mole, sigue de frente aguantando el aire pa’ no ser tentado.
Aparte del hambre (hace un ratón vaquero que no le entra nada por la buchaca),
se siente inquieto, camina rápido. Ojalá no se hubiera acabado los cigarros. Ni
pedo. Sigue de frente y cruza Congreso y Jiquilpan y Yorécuaro y en Sahuayo
dobla a la izquierda. En la esquina de Plomeros entra al Oasis. Saluda y el
Ganzo le dice qué pedo, qué quieres aquí. Aguado, maestro, nomás vengo por una
chela y me pinto. Aquí no hay chela pa’ ti, cabrón, ya lo sabes. No mames,
hazte a un lado. Llégale de aquí. Y entonces ve a la Lore y se le hinchan las
venas, trata de llegar hasta ella y el Ganzo lo empuja y una silla lo hace
caer. Se para y todos lo miran. ¿Qué me ven, pendejos? Mira al Ganzo y pinta un
hermoso dedo flaco en la cara. El Ganzo lo saca de un chingadazo que lo deja
tumbado en el charco. ¡Puto! El Serch no se rinde tan fácil. Se pone a buscar
debajo de los coches, en las maceteras y encuentra una botella de sol, se
esconde detrás del coche del otro lado. Se acuesta en la banqueta a esperar su
turno, su oportunidad para escuchar esa botella romperse en mil pedazos.
Espera una hora,
dos horas, ochenta horas y su hora no llega. El Serch ya está cansado, se
levanta. Entonces ve al Nestor, y el Nestor lo mira también. Aquí viene este
culero. ¿Qué haces aquí, carnal? Nada que te importe, cabrón. Ser, ya sabes que
la Lore no quiere verte. A ti eso te vale verga. Carnalito, déjala ir, déjala
en paz, nomás te estás haciendo daño. El Sergio no contesta, nomás se le queda
viendo. La pinche humedad en su espalda le cala los huesos, qué pinche frío
hace. Pus qué te trais, mejor vámonos a mi casa, ahí tengo chemo, mi Ser. Vete
tú. En eso está cuando sale la Lore de la mano de un güey. ¿Adónde vas, pinche
Sergio? Le grita el Nestor. Pero el Sergio no lo escucha. Corre detrás de ellos
y revienta con todas sus fuerzas la botella
en la cabeza de la Lore. Ay te ves, pinche Lorena. Tres guarros lo atrapan y le
dan en su madre. Escucha el ruido de los vecinos que se asoman al escuchar el
alboroto. Pinches metiches, piensa, mientras con una mano se toca el costado y
descubre el calorcito de la sangre. Escucha al Nestor que grita a unos pasos y
el claxon de un coche por allá y una sirena que viene y la voz del Nestor se
apaga de sopetón. El Sergio está sobre un pinche charco, empapado. Le dan ganas
de exprimir su calcetín pero no puede moverse, le duele un chingo. Se pone a
chiflar quedito, pa’ que no lo oigan. Le empieza a dar un frió macizo, un sueño
cabrón. Ya ni pedo, se dice, ya ni pedo.
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