Estoy en la casa
de los Gelfitz por un asunto policiaco. Su sirvienta, la señora Gertrude me
hizo pasar al jardín mientras anunciaba a sus patrones mi visita. En el jardín
trasero de los Gerfitz hay una mesita de metal con sillas donde me he sentado y
desde aquí reviso cuidadosamente mis notas en mi libreta amarilla.
Hace dos días
apareció debajo de una banca en el parque central un cuerpo que, horas después
supimos, pertenecía al de Humberto Flam, quien entonces era buscado por la
policía por evasión fiscal además de ser sospechoso de la mutilación de la que
fue objeto Gregor Tag. Este último trabajaba en el número 23 de la calle
Groomstraase, en una empresa dedicada a la fabricación de electrodomésticos y
vinculada años atrás con la clandestina producción de bombas de mano, mismas que
dieron muerte a un centenar de personas dentro del Banco Nacional en enero del
79.
El jardín de los
Gelfitz es grande, he puesto los pies sobre la mesa y he notado ciertas
coincidencias: yo miro la punta de mi pie izquierdo, que a su vez apunta
indiscutiblemente a una de las varillas de la sombrilla que cubre la mesa,
misma que apunta sin dudarlo a la pequeña fuente en medio del jardín, que
consiste en un ángel regordete que porta un arco con flecha, la cual parece
estar a punto de ser lanzada a una pequeña construcción hecha de madera para
guardar lo que ya no cabe dentro de la casa, y en la cual se divisan por una
rendija, dos ojos.
El señor
Humberto Flam, el que yacía debajo de una banca en el parque, trabajó como
jardinero para el señor Gelfitz hasta el 82, cuando sin más recibió su primer
aviso de embargo. Se presume en los informes que el señor Flam acudió a la
oficina del señor Gelfitz para solicitar un préstamo, mismo que fue negado. No
se sabe con precisión en qué términos concluyeron los servicios que el señor
Flam prestaba al señor Gelfitz, pero la declaración de este último indica que
no le volvió a ver desde entonces.
En el jardín,
los ojos miran a un gato relamiéndose que a momentos mira la copa del ciprés en
el fondo, donde un pequeño pájaro rojo se ha posado.
Gregor Tag,
luego de servir varios años como contador en la empresa de electrodomésticos,
se dedicó a manejar las finanzas del señor Gelfitz. Gregor manejaba todo el
dinero de la empresa Gelfitz y Flam lo sabía. Luego de varias amenazas
infructuosas a Gregor, referentes a movimientos clandestinos de dinero donde
Flam obtendría la suma que le fue negada, desapareció del mapa dejando sobre la
bañera repleta de hielos de un hotel en Avenida Hillpark dos manos
cuidadosamente cortadas, mismas que pertenecían a Gregor Tag.
El plumífero
rojo ha volado al barandal de un balcón en una habitación en el segundo piso,
desde ahí mira al interior que una ventana abierta de marco blanco deja ver,
misma que tiene un diminuto gancho que apunta al piso del patio a tres pasos de
mí donde una pelota de cuero negro reposa.
Gregor Tag murió
poco tiempo después a consecuencia de no poder servirse más de ese exquisito
coñac que guardaba en el armario de su casa y del cual nada sabían ni su esposa
ni sus cuatro hijos. Las finanzas del señor Gelfitz quedaron en manos de un
joven contador de apellido Bell que supo hacer de las suyas para estafarlo y
dejar en bancarrota su empresa, misma que tuvo que malbaratar para poder
rescatar su actual residencia heredada de generación en generación desde hace
poco más de doscientos años. El señor Gelfitz resolvió encargarse del joven
Bell con ayuda del señor Flam, a quien consideró en recompensar si la cabeza de
Bell era traída hasta su casa. Esa es la razón de mi visita.
La pelota de
cuero negro que está a tres pasos de mí tiene un pivote que apunta directamente
a un ventanal donde se ve reflejado un hombre que mira directamente un filoso
cuchillo cuya punta dice claramente tras mi espalda, con esa voz inconfundible
del metal “Lo estaba esperando, míster Bell”.
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