miércoles, 4 de noviembre de 2015

El jardín

Estoy en la casa de los Gelfitz por un asunto policiaco. Su sirvienta, la señora Gertrude me hizo pasar al jardín mientras anunciaba a sus patrones mi visita. En el jardín trasero de los Gerfitz hay una mesita de metal con sillas donde me he sentado y desde aquí reviso cuidadosamente mis notas en mi libreta amarilla.

Hace dos días apareció debajo de una banca en el parque central un cuerpo que, horas después supimos, pertenecía al de Humberto Flam, quien entonces era buscado por la policía por evasión fiscal además de ser sospechoso de la mutilación de la que fue objeto Gregor Tag. Este último trabajaba en el número 23 de la calle Groomstraase, en una empresa dedicada a la fabricación de electrodomésticos y vinculada años atrás con la clandestina producción de bombas de mano, mismas que dieron muerte a un centenar de personas dentro del Banco Nacional en enero del 79.

El jardín de los Gelfitz es grande, he puesto los pies sobre la mesa y he notado ciertas coincidencias: yo miro la punta de mi pie izquierdo, que a su vez apunta indiscutiblemente a una de las varillas de la sombrilla que cubre la mesa, misma que apunta sin dudarlo a la pequeña fuente en medio del jardín, que consiste en un ángel regordete que porta un arco con flecha, la cual parece estar a punto de ser lanzada a una pequeña construcción hecha de madera para guardar lo que ya no cabe dentro de la casa, y en la cual se divisan por una rendija, dos ojos.

El señor Humberto Flam, el que yacía debajo de una banca en el parque, trabajó como jardinero para el señor Gelfitz hasta el 82, cuando sin más recibió su primer aviso de embargo. Se presume en los informes que el señor Flam acudió a la oficina del señor Gelfitz para solicitar un préstamo, mismo que fue negado. No se sabe con precisión en qué términos concluyeron los servicios que el señor Flam prestaba al señor Gelfitz, pero la declaración de este último indica que no le volvió a ver desde entonces.

En el jardín, los ojos miran a un gato relamiéndose que a momentos mira la copa del ciprés en el fondo, donde un pequeño pájaro rojo se ha posado.

Gregor Tag, luego de servir varios años como contador en la empresa de electrodomésticos, se dedicó a manejar las finanzas del señor Gelfitz. Gregor manejaba todo el dinero de la empresa Gelfitz y Flam lo sabía. Luego de varias amenazas infructuosas a Gregor, referentes a movimientos clandestinos de dinero donde Flam obtendría la suma que le fue negada, desapareció del mapa dejando sobre la bañera repleta de hielos de un hotel en Avenida Hillpark dos manos cuidadosamente cortadas, mismas que pertenecían a Gregor Tag.

El plumífero rojo ha volado al barandal de un balcón en una habitación en el segundo piso, desde ahí mira al interior que una ventana abierta de marco blanco deja ver, misma que tiene un diminuto gancho que apunta al piso del patio a tres pasos de mí donde una pelota de cuero negro reposa.

Gregor Tag murió poco tiempo después a consecuencia de no poder servirse más de ese exquisito coñac que guardaba en el armario de su casa y del cual nada sabían ni su esposa ni sus cuatro hijos. Las finanzas del señor Gelfitz quedaron en manos de un joven contador de apellido Bell que supo hacer de las suyas para estafarlo y dejar en bancarrota su empresa, misma que tuvo que malbaratar para poder rescatar su actual residencia heredada de generación en generación desde hace poco más de doscientos años. El señor Gelfitz resolvió encargarse del joven Bell con ayuda del señor Flam, a quien consideró en recompensar si la cabeza de Bell era traída hasta su casa. Esa es la razón de mi visita.


La pelota de cuero negro que está a tres pasos de mí tiene un pivote que apunta directamente a un ventanal donde se ve reflejado un hombre que mira directamente un filoso cuchillo cuya punta dice claramente tras mi espalda, con esa voz inconfundible del metal “Lo estaba esperando, míster Bell”.

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